Siempre dije que nunca gritaría a mis hijos, que hay muchas
maneras de comunicarse con ellos y que los gritos levantan muros más que
estrechar lazos y acercar opiniones...
Y la verdad es que les grito todos los días :( para que
vengan cuando los llamo, para que se metan a bañar, para que no salgan
corriendo en la calle, para que dejen de gritar... ¡Les grito para que dejen de
gritar!
Hay veces que se me va de las manos, y termino llorando y
pidiéndoles perdón por haber gritado, prometiendo que nunca más gritaré, que la
próxima vez seré más respetuosa, me pondré en su lugar y le hablaré de manera
que me entienda y me comprenda...
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Y vuelvo a gritar, y grito fuerte, o grito suave, pero se
nota que es un grito aunque no levante la voz.
Todos los días me prometo que será el último grito, que
tienen que haber maneras de decir las cosas y que te escuchen sin tener que
regañar y gritar. Luego pienso que están pasando una etapa, que es normal que
yo pierda los nervios y que si no les grito no me harían caso jamás.
Pero en el fondo, sé que no es cierto. Sé que al gritarles
les hago un poquito de daño, sé que se ponen un poco tristes porque lo veo en
sus ojos, aunque estén retándome en esos momentos, en el fondo ambos terminamos
más tristes y sin haber aprendido nada...
Sigue siendo mi objetivo, gritar menos o no gritar...
si nunca le he gritado a mi marido, ¿por qué tengo que gritarles a mis hijos?
Es difícil, pero no es imposible, y sé que el primer paso es ponerme a su
altura y tratar de comunicarme como ellos. Yo soy el adulto, la que razona y la
que puede contener sus emociones… mis hijos son pequeños y se expresan como
pueden y sin saber bien muchas veces por qué se sienten así, por lo que soy yo
la que tengo que cambiar.
Y mientras tanto, siempre puedo hacer alguna de las
siguientes cosas para controlarme y no perder la paciencia:
- Contar hasta 10, o 20, o 30
- Darme la vuelta e intentar relajarme
- Practicar meditación, para controlar mis explosiones de emociones
- Mirarme al espejo para ver qué cara ven mis hijos
- Echarme a reír de la situación
- Abrazar a mis hijos antes de empezar a gritar
- Beber un vaso de agua
- Sentarme en el suelo y hablarles a su altura
- Cambiar de tema rápidamente, para intentar que los niños también cambien de actitud.
Y si hay que gritar que sea para que me escuchen y no para
que detengan un comportamiento.